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El desprecio (Godard, 1963) o cuando el amor no es suficiente para el amor.

Publicado: 2019-09-09


El Desprecio, de Alberto Moravia, es una de las novelas que me dejó sentado en una esquina pensando en mi vida sentimental. Ese muchacho de las esquinas, ya no soy yo, aunque en esencia no he cambiado gran cosa. Era la época en que ibas a los cine-clubes con una película en mente y un libro bajo el brazo. Había leído el libro de Moravia bastante antes de que viéramos la película de Godard. La profundidad sicológica de la novela me había tocado. Por eso la adaptación de Godard, Le Mépris, fue para mí todo un acontecimiento. Una gran porción de mis emociones estaban proyectándose en la pantalla grande, y ya no tan solo penaban silbando entre los pasadizos de mi cabeza. Además de la apabullante belleza de Brigitte Bardot en el reparto –protagonizaba a la actriz que le increpa a su marido, el guionista, no defenderla de los lances del productor–, estaba la presencia portentosa e intimidante del chico no tan chico pero siempre malo Jack Palance –believe it or not!– y la exposición ante cámaras del famoso director alemán Fritz Lange, con monóculo incluido, interpretando el papel de lo que él era en realidad, un director de cine.

Jean-Luc Godard había conseguido introducirnos en el corazón de una crisis conyugal pensada por Alberto Moravia, con el agregado o la variante argumental de que en Le Mépris figuran algunas reflexiones de Godard sobre la realización cinematográfica. No quise ni quiero preguntarme qué hubiera extrañado Moravia de su novela en la película. Aunque una vez jugué a que era yo el viejo Moravia. De este modo absurdo, mientras yo me veía encendiendo un cigarro a la salida del estreno, con la calle recorrida por parejas tomadas del brazo, me oía decir a mí mismo –pero con la desconocida voz de Moravia, una voz tan inventada como mi cigarro y las parejas que salían del cine–, me reprochaba que ese Jack Palance fuera demasiado rudo y vanidoso en su papel de magnate seductor como productor de películas de Hollywood, pretendiendo los encantos de mi Camille. Aquí doy una fuerte calada a mi cigarro imaginario para rematar, con nube de humo en medio, que hubiera una mejor idea dejar a Jack Palace actuando al lado de John Wayne en las cowboys, paseando una pajilla en los labios y metido en pantalones vaqueros en lugar de vestirlo con blancos trajes de seda y pasearlo en un convertible por la rivera francesa. En cambio, sí reconocía a mi original Ricardo, literario, dubitativo, enamorado, en el empedernido fumador y actor debutante, Michel Piccoli, actor francés sumamente afrancesado bajo el nombre de Paul (hoy con 94 años), sin embargo nunca imaginé en mis páginas a una Emilia tan bella como Camille, interpretada por la Bardot. 

Pero volviendo en mí, comprobaba mi debilidad, me maravillaba el contacto de los extremos. Godard hacía cine dentro de una película y para mí resultó una experiencia estimulante en más de un sentido. Lo que Godard hizo en Le Mépris – o El desprecio– mientras se rodaba la ficticia película dirigida por Fritz Lange, produjo algo bastante distinto de una película, aunque fuera cine al final. Sobre esta peculiar simbiosis tendríamos una larga charla en las bancas del acantilado a la salida del hace pocos años extinto Cinematógrafo de Barranco mis amigos y yo: el cine dentro del cine, la vida dentro de la vida, la muerte dentro de la muerte, lo otro dentro de lo otro. Y si mal no recuerdo se nos coló una película distinta aunque del mismo tópico –cine dentro del cine– y además estrenada en el mismo año de El desprecio, 1963, una de Fellini, Ocho y medio. Este Godard era, digamos, un Godard bastante distinto del que vino dos años después en Alphaville (1965), argumentaciones por el estilo acompañaron nuestras horas en el acantilado, sin embargo, yo no me atrevía a compartir mi vieja interrogante moraviana, aún sin resolver, la misma que unos años atrás me sentaba en las esquinas a voluntad: ¿hasta cuándo, por cuánto tiempo se puede amar sin renunciar a la propia felicidad?


Escrito por

Oscar Pita Grandi

Cinéfilo. Escritor. Firmaba reseñas y crítica en Cinencuentro y en la Escuela de Cine de Cuba. Paisaje Habitado es su primera novela.


Publicado en

Zeroville

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