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"Tengo la melancolía de estambul"

LA VIDA SIN ALAN PARKER

1945 - 2020

"No soy un director británico ni tampoco un director de Hollywood: le pertenezco a cada ciudad en la que he filmado"

Oscar Pita Grandi

Publicado: 2020-08-31

Desde su primera y ya lejana divertida historia de rebeldías, amistad y amor juveniles de 1971 —«Melody», la pluma de Parker con la todavía fresca música de los Bee Gees en estado de gracia pre disco— hasta su última película, «La vida de David Gale» —2003, una obra maestra del suspenso—, el cine de Alan Parker se ha ubicado en la modernidad. R.I.P. celuloide y welcome píxeles, es aquí y ahora y mañana donde continuará, con el cambiante futuro y el perecedero pasado resistiendo el paso de modas.

Nacido en una familia proletaria londinense en 1944, su amor por el cine como forma de arte empezó en su primera infancia en el Carlton House, el único cinema de su Islington natal, adonde «escaparía y soñaría». Unos años después, se emplearía como redactor publicitario. Este impulso le sirvió para graduarse en Redacción y Dirección de Comerciales. Más adelante, al final de los años 60, junto con Ridley Scott —«Alien»— entre otros, formó parte del reducido pero influenciador grupo de directores británicos que revolucionó los comerciales de la TV británica. Para 1980, cuando sólo había escrito el guión de «Melody»; rodado «The Evacuees» —1974, el drama de dos niños durante los bombardeos, primero de sus 7 BAFTAEMMY; y en 1976 escrito y dirigido su ópera prima: el pastiche-musical-gangster-infantil «Bugsy Malone» en el que no se disparó una sola bala—, recibió el D&AD, la sentida medalla para los Avengers de la industria.

Todavía sigo pensando que si hubiera sido posible hacer una buena película British style, ofcourse, de la noventera serie norteamericana «Los años maravillosos» —Kevin Arnold & CIA— dicha película habría sido «Melody». A lo largo de 30 años de carrera, Alan Parker nos ha dejado poco más de 14 producciones extraordinarias, mayormente premiadas hasta los cielos tanto en Europa como en América. Muchas de ellas permanecen inamovibles en el altar donde rezamos los exigentes y fluctuantes devotos del celuloide. Es decir, «Una máquina defectuosa no sabe que es una máquina defectuosa», argumenta uno de los reos en «Expreso de medianoche», 1978, un clásico del cine político hecho luz y tiniebla y llevado por descargas de música electrónica —Oscar a Mejor Banda Sonora. Corran a Spotify y busquen el Morodor—, aquí también el caos y la incomprensión, la condición humana. «Pink Floyd: The Wall», 1982, con guión de la leyenda Roger Waters, puede que sea su película de mayor onda expansiva; funciona como una video clip extendido, como un viaje alucinatorio al interior de la cabeza de un músico en crisis. En ambos casos, es un híbrido del mundo real/conceptual instalado en nuestra matrix. «Corazón Diabólico», 1987, señalada como el Cabo Cañaberal de la carrera de Alan Parker, lo llevaría a conocer los oscuras alturas de la fama. Planteada como un thriller con trasfondo sobrenatural, cuando por el tono no recuerda a Hitchcock recuerda al cine escrito por Raymond Chandler, y por su poética, a David Lynch, a E. A. Poe. Esta producción fue pensada para los pesos pesados Marlon Brando/Jack Nicholson, finalmente el combustible Mickey Rourke/De Niro quedó perfecto. Y ya que estamos, en una divertida entrevista del 2018 un jubilado y rellenito y bonachón Sir Alan Parker, hablando con la gracia propia de los gurú, reveló que viajó a Italia llevándole esta película al capo dei capi Ennio Morricone con la ilusión de que il maestro de «El Padrino» la musicalizara. Pero Morricone, astuto y educado, le rehuyó mintiéndole que no entendía inglés. Incluida en todo Top Ten del cine ochentero que se precie de serlo —con los bellos libros de la alemana editorial Taschen en primera fila—, figura el drama sobre derechos civiles con Gene Hackman y Willem Dafoe: la inolvidable «Mississippi en llamas», 1988, convertida en un clásico desde su estreno. Parker, una vez condecorado en Buckingham en 1995, en 1996 dirigiría la encorsetada indecencia de Madona y el sex appeal de Antonio Banderas en «Evita». Y más. Mucho más. Pero en tanto este artículo se resiste a la compresión, el universo parkeriano continúa expandiéndose.

Se apagan las luces y asciende la luna. Ha llegado el momento del blues que suena en «El expreso de medianoche», el que canta: «Tengo la melancolía de Estambul». Después de sufrir una larga enfermedad, Sir Alan Parker nos dejó el pasado 31 de julio. Su partida significa una enorme pérdida para el mundo del cine. No estaría de más recordar que cuando los expertos hablan sobre su filmografía «Hermosas» y «Sobrecogedoras» son el par de adjetivos que con mayor frecuencia le dedican a sus películas. Poseedor de una versatilidad tan asombrosa como su curiosidad, Alan Parker iba sin despeinarse de un musical como «Bugsy Malone», «Pink Floyd» o «Fama» a producciones sobre la justicia social como «Mississippi en llamas» o su epílogo, el thriller «La vida de David Gale». No se consideraba a sí mismo ni director británico ni director hollywoodense. Románticamente tomaba la esencia de cada una de las muchas ciudades donde había rodado y la incorporaba a su carné de identidad artística. Sin embargo, y muy a pesar suyo, no sería un Judas con Hollywood, pues, según reconocería, «fue el cine con el que crecí». Sir Alan Parker traspasó los límites, nos desafió a ver las películas bajo una luz diferente, además, nunca hizo la misma película dos veces. Por esto mismo, tampoco habrá otro Alan Parker. Salvo allí, brillando con luz propia, en la posteridad.


Escrito por

Oscar Pita Grandi

Cinéfilo. Escritor. Firmaba reseñas y crítica en Cinencuentro y en la Escuela de Cine de Cuba. Paisaje Habitado es su primera novela.


Publicado en

Zeroville

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